Es apasionante observar como la sociedad vuelve sobre su propia historia, y como en pleno siglo XXI estamos viviendo costumbres, sino iguales, muy parecidas a la antigua Grecia y los inicios del imperio romano.
El culto al cuerpo, la política, la bebida y el sexo desenfrenado se mezclan hoy con teorías relativistas postmodernas en donde todo se vale sin importar si hace daño a futuro.
La ilustración Kantiana está perdida en la historia y ahora las casas del conocimiento se han convertido en poco más que refugios de jóvenes que huyen de sus casas para tener un lugar donde sus vidas puedan tener algún significado.
Es triste pero es real, el mundo se divide entre sabios filósofos que dedican sus días a buscar la verdad en investigaciones científicas y tristes ciudadanos que esconden sus vidas vacías tras una máscara de sonrisa, una copa de alcohol, un condón y un pase de coca.
La felicidad se ha perdido de los rostros jóvenes ahora todo lo que se percibe es preocupación por el dinero, por la fama, por la ropa, por el pelo, por todo y por nada. La felicidad se quedo en épocas más simples donde la gente podía vestir como quisiera, hablar sobre lo que quisiera y sonreír cuando quisiera.
Triste es ver como la sociedad quiso cerrar los ojos y taparse los oídos antes los gritos de libertad que pedía la generación Woodstock, que después de ser ignorada por una década entera decidió apagar la música, marchitar las flores, vender sus vagonetas y salir a buscar trabajo para convertirse en un rostro más de preocupación con el recuerdo de haber sido felices días atrás.
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